SÍNDROME DE PETER PAN


 Cada vez más personas sufren crisis de madurez motivadas por la dulce tentación de vivir siempre jóvenes.


El cambio de hábitos sociales, con la exaltación del individualismo y la imagen, ha hecho cambiar a los recién adultos. Son niños grandes; egocéntricos, solterones y evitan cualquier tipo de compromiso. Tienen más de 30 años y un ritmo de vida propio de un joven estudiante.
Sufren los síntomas del síndrome de Peter Pan, como lo bautizó el psicólogo Dan Kiley. Un complicado salto a la madurez para cada vez más hombres, según los psiquiatras, atrapados en la dulce tentación de vivir siempre jóvenes. Peter Pan, el popular personaje de James M. Barrie, habita en la tierra de Nunca Jamás. Un mundo donde el tiempo no pasa y sólo los críos pueden entrar.
Junto a su inseparable Wendy, juegan a ser la pareja parental de los niños perdidos, pero Peter no soporta la prueba y se alivia cuando aquella le confirma que no, no son sus hijos, ni él su padre. Esta metáfora llevó a Dan Kiley a publicar en 1983 las primeras letras sobre las personas que no saben renunciar a ser hijo para empezar a ser padre.
Peter Pan describe un rasgo fundamental del desarrollo de cualquier ser humano. Esto es, la crisis de crecimiento entre el refugio en la fantasía, la atemporalidad o la evitación del dolor de las pérdidas, frente a la mayor asunción de la realidad, la elaboración de la pérdida y el dolor psíquico que abra un camino a la madurez del individuo, señala un informe de psicólogo infantil de la universidad Complutense de Madrid.
El cómo afrontan estas personas, cuando acceden a tener pareja, la posibilidad de la paternidad, sería algo así como la prueba de algodón de su raciocinio o sus puntos en común con el infantilismo de Peter Pan, cuenta el psiquiatra Agustín Béjar. «Se trata de una dulce tentación entre la juventud y la madurez, entre el País de Nunca Jamás y el mundo real, el primero resulta más atractivo y tentador, pero llegada la hora hay que coger el toro por los cuernos, algo que los Peter Pan modernos no se atreven a asumir», añade este vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente.
El perfil de este tipo de personas atiende a un hombre de entre 30 y 50 años, que sigue un ritmo de vida más propio de un joven estudiante, entusiasta, entregado a una aparente alegría, que se acerca a las mujeres de forma inconstante -describe Agustín Béjar-. Un escalón por detrás está el tipo solterón, viviendo aún en casa de los padres, que puede ser incluso exitoso en el área profesional, pero con una vida limitada en el área relacional. «No expresa fácilmente sus sentimientos, es egocéntrico y está más preocupado por sus batallitas que por la consideración del otro», cuenta el médico.
Otro caso sería el del joven veinteañero, aún en casa de sus padres, pero en la etapa de poder iniciarse en el mundo laboral, cuyas relaciones de pareja son más comprometidas y estables pero que se estanca en un modo de vida adolescente, con dificultades para asumir su nuevo estado, que rehuye a emparejarse seriamente, o como mucho lo asume como búsqueda transitoria.



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Dra. María Teresa Charún
Psicóloga Clínica Educativa
Máster en Salud y Bienestar Comunitario
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